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Atravesamos un barrio de casas humildes, bajitas, sin revocar, las fachadas cubiertas por un tejido de alambre combado por los años, carteles de «se alquila casa» o «se alquilan cuartos». En las veredas, los niños juegan a la pelota o a las bolitas, sin prestarles ninguna atención a los autos que pasan. Es un paisaje que he visto mil veces, aunque nunca haya estado en Gualeguaychú. Es un paisaje argentino.

Caigo en la cuenta de que, cuando bajé a preguntar por el supermercado, Mario y Rosana apagaron la radio. Pero el silencio ahora parece menos denso, quizá diluido por los gritos de los chicos en las veredas. Una nena grita porque un par de pibitos la corren para mojarla. Grita pero sonríe, ella; corren mientras sonríen, ellos. Son todo sonrisas. Recuerdo aquellas tardes de verano allá en el barrio, jugando al carnaval con los chicos, nos escondíamos entre los yuyos y saltábamos el arroyo que los días de calor era un hilito de agua, nos tiraban bombuchas, el que se moja no se enoja, y un día preparamos nuestra venganza y les tiramos pintura… Estoy melancólica. ¿Es un mecanismo de defensa que, cuando me siento triste, me hace volver a momentos felices? Es que, por un momento, me fui: no estaba en este auto en el que ahora voy en silencio por una ruta provincial, no, por un momento volví a ser la coloradita de piernas locas que corría bajo el rayo del sol y era tan vaga y mamá me llamaba a los gritos: «¡Ligia!, ¡Ligia!», y Ligia era yo, claro, no había otras Ligias en el barrio. Ligia era yo porque mamá había visto la película Quo Vadis. Al menos eso fue en un principio. Ahora soy Ligia porque no podría ser de ninguna otra manera.

—Ésta debe ser la avenida La Palmera —dice Mario, arrancándome de todas mis cavilaciones.

En efecto, llegamos a una rotonda y una pequeña plazoleta con palmeras. Pero veo un cartel, lo señalo:

—No, ahí dice que esta es avenida Rocamora.
—Será más adelante —dice Mario.

Seguimos por el mismo camino. La ruta ha dejado de serlo, se ha transformado en una avenida urbana. Se llama Urquiza: me lo informa también un cartel. Evidentemente, es una de las principales calles de la ciudad; a poco de andar pasamos por las fachadas de todos los bancos, reunidos en un par de cuadras. Pero está todo cerrado, y en la calle no hay nadie. El sol sigue ejerciendo su tiranía. El calor.

—¿Cómo es, «La Palmera» o «Las Palmeras»? —pregunta Mario.

Me lo pregunta igual que Rosana cuando me consulta por palabras de sus crucigramas.

—No sé —digo.

Hemos hecho unas cuadras y el centro comercial parece agotarse. Paramos en un semáforo. Rosana, sin que nadie se lo pida, le pregunta a un viejo que se despereza en la vereda:

—Señor, ¿nos falta mucho para llegar a la avenida La Palmera?

El viejo mira a ambos lados de la calle, mientras da un paso hacia nosotros. Tarda varios segundos en ubicarse. El semáforo se pone en verde, pero no tenemos a nadie atrás que pueda perder la paciencia. Al fin el hombre habla. Le habla a Mario.

—Vaya hasta la esquina, doble a la izquierda y en la primera retome para aquel lado.
—¿Ah, para allá es?
—Sí, como diez cuadras. Se va a dar cuenta porque hay palmeras.
—¿La calle Rocamora es? —dice Mario.
—Sí. Bueno, no. Rocamora es de este lado. Para allá es Primera Junta.

Es Rosana la que le agradece. Después volvemos los tres a nuestro mutismo absoluto. No me gusta cuando nos callamos porque estamos como ausentes. Pero es lo que hay. Alcanzamos la avenida La Palmera-Primera Junta, seguimos las indicaciones del bueno de don Quique, llegamos al Norte.

Cuando Mario apaga el motor, en el estacionamiento del supermercado, les digo a Rosana y Mario que estoy cansada.

—Estoy cansada, mejor los espero acá.
—Bueno —es todo lo que recibo por respuesta.

Los veo alejarse. Caminan uno junto al otro, a un metro de distancia, no se hablan, y si se hablan no se miran, cada uno en su propio túnel.

Prendo la radio. Una canción de los Beatles. Una canción muy triste. No recuerdo cómo se titula, no sé de qué habla, pero la tarareo, me invento los sonidos. Iu andái javmemorís… Me recuesto en el asiento y cierro los ojos. Antes de que termine la canción, estoy dormida.

3 comentarios:

Sergio San Juan dijo...

"La felicidad es un revolver caliente" del Album Blanco. Canta John.

Ligia, dijo...

Sergio, ¿vos decís que es esa...? Mmmm

Sergio San Juan dijo...

Ligia, que duda me dejaste, lo voy a revisar. Estaba seguro. Ya no. "Escuche a los Beatles y me fui a buscar la soledad / y vos tambien estabas verde". Say no more.