d o c e

Cuando me despierto, el sol todavía está allí, dándome en la cara. Siento un gusto raro en la comisura de los labios y me doy cuenta de que había estado durmiendo con la boca medio abierta. El auto sigue parado. Pero cuando alcanzo a entender lo que hay al otro lado de la ventanilla, descubro que ya no estamos en la playa de estacionamiento del supermercado; afuera, junto a nosotros, va y viene mucha gente; de fondo, la horrible música del carnaval.

—Oh, se despertó la Bella Durmiente —dice Rosana con tono de burla.
—¿Dónde estamos?

Se abre la puerta del asiento del conductor. Mario sube al auto. Solo ahora comprendo que antes no estaba.

—¿Conseguiste? —quiere saber Rosana.
—Sí. Había sido que tenés que sacar una entrada general y después si querés ubicación es otra entrada distinta.
—¿Dónde sacaste?
—La tribuna de O Bahía, fila nueve. Es arriba de todo, me dijo.
—¿Cerca del medio? —pregunto.
—Más o menos —dice Mario—. Ah, despertó la muchacha —y pone el motor en marcha.
—Recién abrió los ojos.

El auto arranca. Salimos por una calle de tierra y enseguida tomamos un asfalto.

—Tomá, Ligi —Rosana me da mi entrada—. ¿Tuviste algún sueño feo?
—¿Eh?
—Si tuviste algún sueño feo.
—No sé, no me acuerdo… —digo mientras doblo la entrada por la mitad y la guardo en el bolsillo trasero del pantalón.
—Parecía que te quejabas —dijo Rosana—. Y repetiste tres veces el nombre de Gustavo.
—¿Gustavo? Ay… No sé. Viste que casi nunca me acuerdo de lo que sueño. Dormí mucho, ¿no?
—Dormiste —dijo Mario.
—¿Dije algo más?
—No —dice Rosana.

No sé si creerle.

Pegamos la vuelta. Recién ahora advierto —gracias a que el sol ya no me pega en la cara— que estamos junto al Corsódromo: ahí están las tribunas de tablones, los puestitos de choripanes, los trapitos dando órdenes a los autos… Avanzamos casi a paso de hombre a lo largo de más de una cuadra, hasta que salimos un poco de entre la maraña de gente y Mario puede acelerar.

—¿Qué vamos a hacer? —pregunto.
—Vamos a la costanera a tomar unos mates —me responde él.

La idea me gusta mucho. Por un momento, me siento casi entusiasmada.


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